Fuego

Olas de calor, deshielo, cráteres en el Ártico

En los últimos meses se han producido una serie de hechos sorprendentes, preocupantes y muy llamativos en el Ártico. En agosto, el Servicio Europeo de Cambio Climático Copernicus alertaba de las altas temperaturas y la reducida extensión del mar helado en esa región del globo. Tras analizar millones de datos procedentes de satélites, barcos, aviones y estaciones meteorológicas de todo el mundo, este instituto de la Comisión Europea detectó que, a nivel global, el mes de julio del 2020 había sido el tercero más cálido registrado hasta el momento, tras los de 2016 y 2019. El Earth Observatory de la NASA, la institución equivalente en Estados Unidos, aportaba información similar. Más allá del dato puntual, se confirmaba, de nuevo, una tendencia acelerada registrada desde hace décadas: el Ártico es una de las regiones más afectadas por el cambio climático.

Los efectos del calentamiento en esta zona del planeta se observan en los océanos y en tierra firme. La banquisa o mar helado, la capa de hielo flotante que cubre los océanos polares, ha visto alarmantemente reducida su superficie en las zonas próximas a los continentes. En julio, su extensión fue aproximadamente un 27% menor que la media para el periodo de referencia 1981-2020. En septiembre, el nivel de la banquisa descendió a un 40% menos de su extensión para el citado periodo, nivel mínimo que, en los 41 años de observación por satélite, solo había sido menor en 2012. En las últimas cuatro décadas, la extensión máxima de la banquisa a comienzos de primavera, aunque con tendencia a disminuir, experimenta poca variación; pero la extensión mínima en verano disminuye a un ritmo alarmante, especialmente en los últimos años. El resultado es un mar con menos hielo y más abierto durante el verano polar.PUBLICIDAD

Otro dato meteorológico llamaba la atención a comienzos del verano: una ola de calor provocó que una localidad del ártico ruso alcanzara los 38°C, la mayor temperatura en los 135 años de registro y casi 20 °C más que la media. Además de los efectos sobre el mar (derretimiento de la banquisa), el calentamiento también se hace notar en tierra firme y en su subsuelo. Por ejemplo, en el suelo helado o permafrost, que cubre millones de kilómetros cuadrados de superficie ártica. Este suelo helado tiene una capa, denominada activa, que en verano se funde y en invierno vuelve a congelarse. Por debajo de ella, a más profundidad, está la capa inactiva, que permanece siempre helada. La tendencia ascenderte de las temperaturas provoca que la capa activa tenga cada vez más espesor y permanezca sin congelarse más días al año, e incluso pueda no helarse en ningún momento. Esta fusión del permafrost genera, entre otros problemas, la pérdida de capacidad portante del sustrato con consecuencias para infraestructuras como carreteras, oleoductos, edificios o aeropuertos, como ocurrió en junio cuando colapsó un tanque de 20.000 toneladas de diésel en Siberia. Pero uno de los impactos más graves es que la fusión del permafrost libera metano y CO2, gases de efecto invernadero.

Por último, una tercera noticia sobresaltó a la comunidad internacional este inquieto verano en relación con el Ártico siberiano: un nuevo cráter, de 50 metros de profundidad, fue descubierto por un equipo de la televisión rusa que sobrevolaba la región. Con ese eran ya 17 los descubiertos desde 2014 en la misma zona. El cráter de este verano es el mayor encontrado hasta la fecha y no se ha descubierto nada similar en ningún otro lugar del planeta. ¿Qué está pasando en el subsuelo siberiano? La respuesta parece estar, de nuevo, en el permafrost y en una combinación explosiva (y nunca mejor dicho) de agua, hielo, lodo… y gas. El subsuelo siberiano almacena grandes cantidades de gas natural, a las que sumar el generado por los microbios que se alimentan de materia orgánica y emiten metano o dióxido de carbono. Estos gases pueden acumularse en zonas descongeladas en el interior del permafrost. Y, como ocurre cuando agitamos una botella de refresco con gas, esta concentración gaseosa presiona sobre las rocas y el agua hasta provocar una explosión que forma un cráter.

El verano del 2020 ha dejado en el Ártico siberiano extensiones mínimas de la banquisa, olas de calor, fusión acelerada del permafrost y formación de cráteres explosivos, a los que sumar enormes incendios debido a que los bosques estaban más secos de lo habitual.

¿Están todos estos factores relacionados? ¿Serán así también los próximos veranos? En resumen, ¿está cambiando para siempre el clima ártico? Es difícil dar una respuesta inequívoca a estas cuestiones. Lo que está fuera de duda es que las altas temperaturas favorecen el desencadenamiento de todos ellos.

Además, muchos de estos procesos se retroalimentan y/o se relacionan entre sí. Quizá sea pronto para asegurar que el cambio sea ya irreversible y hablar de un nuevo clima ártico, porque estos procesos descritos afectan a regiones concretas del Ártico y no a todo su territorio, pero está claro que se están produciendo enormes modificaciones en los hielos, océanos y tierras emergidas de la región, y los próximos años serán clave para determinar su reversibilidad.

Luis Carcavilla es geólogo e investigador del Instituto Geológico y Minero de España (IGME).

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