Agua

En esta región de México lograron ‘domesticar’ el agua combinando la sabiduría indígena con la tecnología moderna. El resultado es un ejemplo para el mundo

Hace más de 40 años, cuando eran dos jóvenes recién casados, Raúl Hernández y Gisela Herrerías partieron rumbo a la región mixteca popoloca de México, ubicada en la sierre que divide Puebla y Oaxaca y emprendieron una misión que cambiaría la vida de cientos de miles de personas a su alrededor: asegurar el acceso al agua a través de la regeneración de las cuencas agotadas, con un método que combina las técnicas indígenas con la tecnología moderna.

«Cuando llegamos aquí, este era una zona totalmente semiárida, con vegetación de zona de desierto, pequeña, que en vez de dar sombra da lástima. Y con esto decidimos empezar a trabajar. Teníamos que detener el agua», cuenta Hernández a CNN al recordar los inicios de su trabajo en una zona donde las lluvias son estacionales y los suelos, pobres.

El acceso al agua es un gran desafío en todo México: es uno de los 25 países con mayor estrés hídrico, según el Instituto de Recursos Mundiales, y entre 12,5 y 15 millones de habitantes aún no tienen acceso a agua potable, según la UNAM. Una investigación publicada recientemente en Nature, además, reveló que 50 millones enfrentan escasez de agua perenne o estacional en zonas urbanas

Hernández y Herrerías se pusieron la tarea al hombro y fundaron el proyecto «Agua para siempre», que ha mejorado las vidas en esta sierra que une Puebla y Oaxaca y ha puesto en marcha un proyecto educativo reconocido por la Unesco.

‘Domesticar el agua’

El programa «Agua para siempre» tiene como objetivo preservar el agua de lluvia para que la aproveche la población, tanto para el consumo como para la agricultura.

Lo que hacen es «domesticar» el agua que escurre desde las partes altas del territorio «haciendo pequeños retenes a lo largo de todo el cauce para lograr que el agua baje lenta y se infiltre», dice Herrerías a CNN.

«Cuando llueve y el agua se escurre, empieza a bajar y baja bronca, baja destruyendo, acarreando suelo, acarreando árboles. Entonces lo importante es detener esa fuerza del agua con estos retenes para que el agua pierda fuerza y sea un beneficio», explica.

Para lograrlo, en las partes altas se construyen terrazas de piedra, explica la organización en su sitio web, que están reforzadas con barreras vivas y que ayudan a que el agua de la lluvia se infiltre en los suelos.

En los cauces, mientras tanto, se construyen represas de gaviones que retienen materiales como la arena y las piedras que arrastran la corriente, lo que hace que la erosión sea menor. El agua se filtra a su paso por estos bancos y avanza hacia presas de almacenamiento, a las que llaman «ollas de agua».

En el proceso el agua se purifica de manera natural, convirtiéndose en apta para el consumo humano.

«El principal beneficio es tener agua para el consumo humano y un excedente para cultivar sus pequeñas parcelas, los diferentes cultivos que de por sí se hacen anualmente», explica el ingeniero Gerardo Reyes, director de Ingeniería de «Agua para siempre» .

En los pueblos, mientras tanto, se construyen digestores que recogen las aguas negras y las tratan, una solución que no requiere de plantas de tratamiento de aguas servidas ni sistemas de drenaje de alto costo.

Para que el programa funcione, es fundamental el compromiso de los pueblos que están ‘agua arriba’: si ellos dirigen el drenaje de sus hogares al cauce, por ejemplo, el agua contaminada llegará a los pueblos que se encuentran en territorios bajos, por lo que el éxito del proyecto depende del involucramiento de toda la región.

El agua sirve recarga los mantos acuíferos, revitaliza los pozos, sirve para los hogares, para la agricultura y como abrevadero de la ganadería. Y ha transformado completamente la región.

El ‘milagro de la colaboración’

En una región semiárida, donde había, en palabras de Hernández, «puros arbustitos», ahora se pueden ver árboles frondosos e insectos y aves un «microclima maravilloso, propicio para la biodiversidad». «Aquí es donde sentimos lo que es la magia de la reforestación», explica, pero más que magia, se trata del «milagro de la colaboración de las personas de buena voluntad con la naturaleza».

«La naturaleza ha sido agredida durante décadas, centurias, pero si hay grupos, pequeños grupos de personas que se organizan y entienden que hay que cuidar el suelo, que hay que cuidar la vegetación, que hay que retener y atesorar el agua como la cosa más valiosa, inmediatamente empiezan a brotar plantitas en todos lados. Empiezan a llegar insectos, empiezan a llegar pajaritos, empieza a reproducirse toda la biodiversidad en su entorno», explica.

Sabiduría ancestral

La propuesta de «Agua para siempre» tiene sus raíces en el trabajo de los antiguos mexicanos que poblaron el valle de Tehuacán y la región mixteca: ellos fueron quienes inventaron las terrazas, los canales y las presas para poder beneficiarse del agua y aprovechar los suelos y la vegetación.

El proyecto ha combinado esos métodos con tecnología moderna y, hasta ahora, ha realizado 11.600 obras para beneficiar a 275.000 personas, según Hernández.

Hernández es licenciado en Filosofía por la Universidad Iberoamericana y Herrerías, pedagoga. Este proyecto cuenta con la participación de expertos en Ingeniería y además con el involucramiento de toda comunidad, que es una de las claves.

Una oportunidad para no abandonar las raíces

«Agua para siempre» también puede verse como una apuesta para brindar a los jóvenes oportunidades de desarrollo en la región donde crecieron, evitar que deban migrar en busca de alternativas. «Cuando en una sociedad rural no hay las condiciones para que se pueda reproducir la vida de la familia y del pueblo, entonces la gente emigra, emigra buscando empleo, pero también emigra buscando nuevas alternativas, nuevas opciones para hacer una vida mejor», explica Hernández.

«Si el programa ‘Agua para siempre’ logra que puedan mejorar las condiciones de la casa y de la producción, entonces de pronto los jóvenes dicen ‘Ya hay opciones de vida aquí en mi pueblo y ya no tengo que emigrar'», dice. Hay jóvenes que siguen saliendo de la región, explica, en algunos casos durante varios meses para trabajar fuera, pero ya no se los considera migrantes que abandonan de manera definitiva sus pueblos, sino trabajadores temporales que tienen un lugar al que volver.

El Museo del Agua, una ventana al mundo

Además de las obras que han cambiado la vida de miles de personas, Hernández y Herrerías pusieron en marcha el Museo del Agua, una ventana al mundo del trabajo de los pueblos ancestrales y de las comunidades actuales.

El museo no estaba en sus planes, explica Hernández. Surgió en respuesta a la demanda de quienes visitaban la zona, que querían entender el trabajo que estaban haciendo. Comenzaron a tomar fotografías, a ampliarlas, a rentar espacios para exponerlas y con el tiempo se corrió la voz y empezaron a llegar cada vez más personas interesadas en conocer su obra. El resultado del proceso fue la inauguración de un gran espacio educativo que se encuentra en la autopista que comunica a Tehuacán con Oaxaca y que ha recibido o visitantes de todos los rincones de México y de 21 países.

En el museo, que ocupa más de 20 hectáreas, pueden verse las técnicas desarrolladas por los indígenas mesoamericanos para obtener y conservar agua pura que les servía tanto para su consumo como para el cultivo de la milpa. Y además se muestran cómo son las obras modernas para la preservación y purificación del agua, cómo funciona el sistema de regeneración de cuencas. Allí «estamos reaprendiendo lo que hacían los ancestros», explica Hernández, y «aplicando ingeniería moderna y materiales modernos para hacerlo más rápido, más eficiente y de mayor alcance».

El museo no solo permite una visión hacia la historia, dice Hernández, sino que es «una visión hacia el territorio, a comprender el manejo de la cuenca en el cual suceden todos los fenómenos hidrometeorológicos para aprender a aprovechar el suelo, cuidar las plantas para que haya agua y que esta no se contamine».

El trabajo del museo no quedó allí. En 2017, cuenta Hernández, la Unesco les pidió que convocaran a la formación de una red global de Museos del Agua que actualmente cuenta con cerca de 60 centros en todo el mundo, desde Corea del Sur al Reino Unido, pasando por la India, Burkina Faso y Ecuador.

Este espacio ha recibido, según Hernández, un promedio de 1.000 visitantes al mes desde 2005 (durante la pandemia se suspendieron los recorridos). Pero además de conocer la historia y entender el funcionamiento de las obras, 255.000 personas han participado allí de capacitaciones, cursos o asesorías.

Una apuesta de vida con la mirada puesta en los jóvenes

La contribución de «Agua para siempre» tiene la mirada puesta en los jóvenes, explica Hernández, en momentos en que están bombardeados por las múltiples crisis de nuestro planeta: los incendios, las inundaciones, las sequías, las amenazas. «Cuando ellos llegan a un lugar como este, por ejemplo, gente que viene de muy lejos, de lugares mucho más verdes, con mucha más agua, se sorprenden y dicen ‘y ¿cómo pueden haber logrado esto en este lugar?’ Si ellos pudieron así, nosotros vamos a poder hacer mucho más».

«Gisela y yo apostamos nuestra vida ante una pregunta, ante un interrogante: ¿es posible cambiar la vida de la gente si nos comprometemos como jóvenes a trabajar con ellos o no se puede? ¿El mundo es tan terrible que por más que te esfuerces no lo vas a poder cambiar?», cuenta Hernández.

Y su respuesta a estas dos preguntas es muy esperanzadora.

«Ahora, después de 40 años, nos gusta recibir a los jóvenes, darles esperanza y decirles ‘miren, todo esto es la comprobación de que si ustedes hacen una opción ética del servicio a los demás, una opción de trabajo al cuidado de la naturaleza y una opción de regeneración ecológica con visión de futuro, ustedes van a poder lograr transformar el mundo en algo mucho más fértil y un lugar más humano para vivir».

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