«Era un lugar muy tranquilo donde no pasaba nada. Hasta que un día, del suelo y ante nuestros ojos, apareció un volcán», dice Francisco Lázaro Bravo.
Es una de las pocas personas que aún quedan vivas y que recuerdan cuando nació el Paricutín, el volcán más joven del continente americano.
Sucedió en Michoacán, en el oeste de México, hace 76 años.
Lázaro, de 94 años, tenía 18 cuando el 21 de febrero de 1943 comenzó a surgir el volcán.
El volcán tiene incluso un»acta de nacimiento»:un documento oficial del Ayuntamiento de Parangaricutiro con esa fecha.
«Unos días antes había estado temblando de forma fuerte y constante. Pero nunca nos imaginamos lo que iba a suceder«, describe Lázaro.
«Cuál sería nuestra sorpresa que de la tierra se abrieron fisuras y por ahí salían lenguas de fuego y mucho humo», cuenta.
Lázaro también recuerda que por mucho tiempo llovió arena.
«Parecía el final de los tiempos, que el mundo iba a acabar. No vimos el sol por muchos días. Y perdimos nuestras cosechas. Teníamos mucho miedo», afirma.
Y no en balde: el nacimiento del volcán acabó con dos pueblos, Paricutín y San Juan Parangaricutiro.
De Paricutín, cuyo nombre tomó el volcán, no quedó nada.
De San Juan Parangaricutiro, quedó sólo la iglesia, medio sepultada en la lava.
Algunos dicen que fue un milagro que, aunque la lava la rodeó, respetó el altar.
Lázaro dice el sacerdote del pueblo les había dicho que iban a sufrir un castigo, así que muchos creyeron que a eso de debió la erupción.
«Un volcán muy estudiado»
«Es el aparato volcánico más completo que el hombre ha podido contemplar y estudiar desde su nacimiento«, decía del Paricutín el Dr. Atl.
Así se le conocía a Gerardo Murillo, uno muy destacado artista mexicano que fue también filósofo, escritor y revolucionario.
Atl se autoproclamó «médico partero y biógrafo del Paricutín», pues siguió la evolución del volcán y lo documentó en su libro: «Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín».
El volcán, que se fue alzando como un cono casi perfecto, a los 6 días de su nacimiento alcanzó más de 150 metros de altura y 600 metros de base, según la documentación del vulcanólogo autodidacta.
Ahora el Paricutín mide 424 metros y se encuentra a unos 2.800 metros sobre el nivel del mar.
Está rodeado de otros 1.200 volcanes que forman el campo volcánico de Michoacán Guanajuato.
9 años activo
La actividad volcánica del Paricutín duró 9 años.
«Ahora todavía tiene emisión de gases porque está enfriándose, tarda un tiempo en apagarse por completo», explica a BBC Mundo el reconocido investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, Jaime Urrutia Fucugauchi.
Los pedregales que dejó con sus ríos de lava han ido cubriéndose de vegetación, pero todavía hay grandes extensiones en las que no han crecido plantas.
El dramático paisaje está dominado por piedras volcánicas negras.
Urrutia explica que, fuera del continente, en el océano Pacífico, en el archipiélago de Revillagigedo, hay otro volcán más joven, que nació en el año 1952 y que pertenece también a México.
«Todos pudimos huir»
El tipo de erupción del Paricutín fue violenta, pero la lava iba avanzando relativamente lento, así que no causó ninguna muerte.
Los habitantes de los dos pueblos afectados pudieron incluso recoger sus cosas antes de marcharse.
«No queríamos irnos de nuestras casas, era lo único que teníamos. Pero, al final tuvimos que hacerlo. Nos dimos cuenta que no teníamos otra opción», cuenta Lázaro, todavía con nostalgia.
Su familia pudo rescatar sus «lo poco que tenían y unas cuantas gallinas».
Dice que la mayoría se mudaron al pueblo vecino donde recomenzaron sus vidas. «Todos pudimos huir».
«Ya estoy viejo y lo recuerdo todo entre sueños. A veces me pregunto si en realidad pasó. Pero para asegurarme que fue así, solo necesito voltear y ver al volcán. Ahí está, el Paricutín, dominando nuestro paisaje y nuestra vida».
Todos los días va a la iglesia que quedó medio sepultada bajo la lava.
«Aquí me bautizaron, antes de que el Paricutín dejara sepultado nuestro pueblo», cuenta.
Ahora, los fines de semana el lugar se llena de turistas curiosos. Lázaro se gana algunos pesos contándoles su historia.
«Soy de las pocas personas vivas en el mundo que puede decir que vio nacer un volcán», dice con orgullo.