Tierra

Un agujero de doce kilómetros en la tierra

El interior de nuestro planeta siempre ha intrigado al ser humano, con una fascinación simétrica a la que ejerce sobre nosotros el espacio exterior. Ahí abajo situaban algunos tradicionalmente el reino de los infiernos, con su calefacción central de magma, y también ha habido quienes han imaginado civilizaciones que habitan dentro de una tierra supuestamente hueca, como huidizos vecinos con los que no mantenemos ningún contacto. Del mismo modo que se inventan máquinas voladoras para conocer el cosmos, el método más inmediato para conocer las tripas del mundo consiste en excavar bien hondo. De hecho, todavía se puede encontrar un paralelismo más entre lo de dentro y lo de fuera: a la vez que las potencias de la Guerra Fría se embarcaban en la carrera espacial, competían también por perforar el pozo más profundo, un empeño que nos ha dejado unos cuantos agujeros muy notables si los valoramos a partir de nuestra escala humana.

Contemplados con la perspectiva del planeta, en cambio, son pinchacitos casi inapreciables en una esfera de 6.371 kilómetros de radio. Si la tierra fuese un huevo, seguiríamos peleándonos con la cáscara.

Un micrófono para grabar a la tierra

Los primeros en poner manos a la obra fueron los estadounidenses, a principio de los años 60, con su proyecto MoHole, que aspiraba a atravesar la corteza (la capa más externa de la tierra) y alcanzar la llamada discontinuidad de Mohorovicic (el límite con la siguiente capa, el manto). Lo intentaron en el mar, ya que allí la corteza es mucho más fina, pero se les agotó la financiación en 1966, cuando habían alcanzado una profundidad de 183 metros a partir del lecho oceánico, con otros tres kilómetros y medio de agua por encima A finales de los 80, también acabarían entrando en liza los europeos, con una perforación en Alemania que alcanzó los 9.000 metros y que se aprovecha hoy para probar diversos equipos de medición y también para actividades artísticas, como la grabación sonora que hizo la holandesa Lotte Geeven tras descolgar un micrófono por el agujero. Pero los más eficaces, o quizá los más tozudos, fueron los soviéticos, que en 1970 iniciaron su Perforación Superprofunda (así se llamaba) en la península de Kola, cerca de la frontera con Noruega.

Más calor del esperado

Los soviéticos trabajaron en su Perforación Superprofunda durante dos décadas. En 1979 ya se había convertido en el agujero más hondo practicado por el hombre, pero persistieron hasta alcanzar en 1989 los 12.262 metros, es decir, kilómetro y pico más que la fosa de las Marianas, la depresión más profunda del mar. A partir de ahí, se les hizo imposible continuar: la temperatura en ese punto alcanzaba ya los 180 grados, mucho más que los 100 que habían pronosticado los científicos, y el calor dañaba el equipo y daba a las rocas una consistencia plástica que complicaba hasta el mínimo avance. Por el camino hicieron descubrimientos muy interesantes, como los microorganismos fósiles con los que se toparon a unos seis kilómetros de profundidad. También tuvieron importancia los hallazgos que se esperaban pero no se produjeron, como las rocas basálticas que predecían los geólogos y que no llegaron a aparecer.

Que nada entre, que nada salga

La perforaciónn se canceló definitivamente en 1992, tras la disolución de la Unión Soviética, pero el agujero (con un diámetro que ronda los 23 centímetros) sigue siendo el más profundo del mundo: algunas explotaciones de gas y petróleo han horadado pozos más largos, pero su trazado es menos vertical y no llegan tan abajo. Las instalaciones quedaron abandonadas y hoy son destino turístico para algunos coleccionistas de curiosidades, aunque, lógicamente, lo único que se ve del agujero es la boca, debidamente asegurada con una tapa para que «nada pueda entrar ni tampoco salir», como ironizaba un artículo en ‘Popular Mechanics’.

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