Un nuevo estudio propone prestar atención a las bacterias y hongos que viajan en el humo causado por los incendios forestales, porque podrían funcionar como agentes infecciosos.
Además de la destrucción del ecosistema y la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, los incendios forestales traen consigo otro riesgo pasado por alto para la salud humana: además de los químicos orgánicos, dióxido y monóxido de carbono, el humo que se dispersa a poblaciones aledañes también incluye una cantidad especialmente alta y diversa de microbios que tienen el potencial para convertirse en agentes infecciosos.
El estudio publicado en Science y encabezado por Leda Kobziar, ecóloga especialista en incendios forestales de la Universidad de Ohio y pionera en el campo, examina la posibilidad de la transmisión de enfermedades a través de la piroaerobiología, es decir, el comportamiento de colonias de hongos, bacterias y virus que viajan a través del humo durante un incendio forestal.
Si bien los efectos de la contaminación del aire a largo plazo han sido bien estudiados cuando se trata de las ciudades, no existen estudios a fondo para determinar cómo afecta a la salud la exposición prolongada al humo de incendios forestales.
A corto plazo, el humo de un incendio forestal se relaciona con problemas respiratorios y puede provocar tos persistentes y dificultades para respirar. Además, la exposición a las partículas finas está relacionada con enfermedades cardiacas o pulmonares, especialmente en las personas con alguna afección previa.
Sin embargo, la duración e intensidad de los incendios ha aumentado exponencialmente en las últimas décadas, a causa del calentamiento global provocado por la emergencia climática. De ahí que cada vez más personas en todo el mundo pasen más tiempo expuestas al humo provocado por incendios forestales cada vez más destructivos.
El primer paso para saber con precisión la composición del humo de un incendio es conocer exactamente qué se está consumiendo por el fuego, una labor casi imposible cuando se trata de un bosque ardiendo, donde se desconoce el nivel de intensidad de las llamas, a qué especies vegetales afectó más y en qué nivel fueron consumidas.
El estudio resalta las primeras evidencias, aún anecdóticas, de la relación entre los incendios forestales y la proliferación de agentes infecciosos: en 2018, el Departamento de Bomberos del condado de Kern, al sur de California, descubrió que algunos trabajadores enfermaban de forma recurrente durante el otoño, exactamente después de la temporada de incendios en la zona.
Los análisis demostraron que se trataba de fiebre del Valle, una infección micótica provocada por el hongo Coccidioides, que vive en la tierra y puede provocar síntomas similares a los de la gripe, en especial en personas con sistemas inmunológicos débiles.
Esta relación refuerza aún más la hipótesis de Kobziar y compañía, quienes proponen que durante los incendios, “aerosoles, microbios y esporas tienen el potencial de viajar cientos de kilómetros, dependiendo del comportamiento del fuego y las condiciones atmosféricas, y eventualmente se inhalan según la dirección del viento”.