Tierra

COP-26: el dilema de acción colectiva más grande de nuestra historia

En la década de 1930, aproximadamente el 66% de los espacios naturales de la tierra permanecían intactos; en 2020, ese número era de 35%. En ese mismo tiempo, el ritmo de extinción de especies ha sido entre 1000 y 10 000 veces más rápido que la tasa natural. En el Ártico el hielo se ha perdido a un ritmo de 13% anual y se estima que en 2040 habrá veranos libres de hielo. Las consecuencias son palpables, el número de eventos extremos de clima se ha duplicado en las últimas 4 décadas al grado que, en 2020, 55 millones de personas habrían tenido que migrar como consecuencia del clima. En una frase, es la humanidad siendo artífice de la más grande falla de acción colectiva jamás observada.

Como llegamos aquí

Entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre de 2021 delegados de todo el mundo se darán cita en Glasgow para la más importante cumbre climática desde París en 2015. En este contexto, una situación evidencia la enorme falla de la humanidad en resolver su más grave problema: el cambio climático. En 1960, los datos ya mostraban que los niveles de dióxido de carbono se acumulaban en el ambiente, y para 1989 los eventos de clima inusuales se formaría el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, con el mandato claro de proveer evidencia de los efectos políticos y económicos del cambio climático.

En 1997, el Protocolo de Kyoto implementó el primer acuerdo de reducción de gases de efecto invernadero; sin embargo, desde ese momento, el multilateralismo que supuestamente abriría las puertas de la cooperación, entró en una cadena de fallas sistémicas, volviéndose la Cumbre de 2009 en Copenhague el ejemplo principal de la Tragedia de los Comunes de Hardin.

Ante el riesgo más grande que jamás ha enfrentado la humanidad, el mundo se rehusó a actuar. No sería hasta París, en 2015, que los Estados se comprometieron a limitar al calentamiento global a 2 grados Celsius sobre niveles preindustriales. Sin embargo, la arquitectura internacional de nuevo falló, ya que la Conferencia de las Partes (COP) de París, si bien histórica, solo derivó en vagos compromisos de límites de emisiones carentes de política pública que los vuelva realidad, todo mientras la Tierra, casa común de la humanidad, ardía en llamas. Es el fracaso rotundo de la arquitectura internacional.

El problema

El camino a la COP-26 ha estado marcado por una serie de recordatorios sobre la fragilidad de la vida humana y, al mismo tiempo, la capacidad de colaboración mundial, al grado de que la misma COP-26 tuvo que ser pospuesta 12 meses. En este tiempo, el gobierno del Reino Unido, encargado de la organización de la cumbre, ha establecido la meta más ambiciosa para una COP: cero emisiones para 2050, limitar el calentamiento global a 1.5 grados y, crucialmente, un manual de implementación para el Acuerdo de París.

Para Elinor Ostrom, la clave para resolver los problemas de acción colectiva está en encontrar una forma en la que agentes interdependientes encuentren beneficios conjuntos mayores a la tentación de ser un free rider. En el caso del cambio climático, parece que el riesgo de enfrentar un evento de clima extremo sigue sin compensar la necesidad de implementar estrategias conjuntas de mitigación y adaptación al cambio climático, aun cuando en el mundo ha sido evidente que, lo que en 1989 era solo una teoría, ha pasado a ser la realidad. Es así como en la COP-26 es posible identificar a tres grandes grupos de países con objetivos y problemáticas diversas.

El camino a la COP-26 ha estado marcado por una serie de recordatorios sobre la fragilidad de la vida humana y, al mismo tiempo, la capacidad de colaboración mundial, al grado de que la misma COP-26 tuvo que ser pospuesta 12 meses.

El primero, encabezado por el Reino Unido, que recientemente ha publicado una ambiciosa estrategia climática que incluye convertir la totalidad de la matriz energética a energía 100% limpia para 2035; contempla a un grupo de países cuya ambición climática y situación política les permite ser grandes defensores de un acuerdo de cero emisiones. Países como Costa Rica, Francia, Japón y Noruega se encuentran aquí.

El segundo y más numeroso grupo, donde se puede ubicar a Estados Unidos, cuyo presidente Joseph R. Biden intenta aprobar un paquete que buscaría reducir las emisiones a la mitad para 2030. Este grupo podría definirse como una amalgama de Estados con interés en avanzar en la agenda de cero emisiones, sin embargo enfrenta ya sea resistencia política interna o restricciones económicas que dificultan su implementación.

El tercer y último grupo es el conformado por los países donde la transición a cero emisiones está lejos de ser una realidad. Es aquí donde los gobiernos de estos Estados, como México, han presentado una retrasada visión energética y nulo interés en la crisis climática. De igual forma, Australia y Canadá, con sus extensos sectores mineros, y China, con una política que dista mucho de su compromiso de emisiones para 2060, se encuentran en este grupo. Además, para este último grupo, las ganancias económicas y políticas de una transición a cero emisiones deben probar ser significativamente mayores.

Lo que se puede ganar

Entre junio y julio de 2021, la costa oeste de Norteamérica experimentó un evento climático catalogado como 1 en 100 años, que provocó la muerte de 1600 personas, fruto del intenso calor. Este evento se estima fue 150 veces más probable gracias al cambio climático. Repensar la arquitectura económica global es no solo un ejercicio para salvaguardar los ecosistemas y el balance de nuestro planeta, es sobre todo un ejercicio para cuidar a millones de personas que verán sus vidas tremendamente afectadas los siguientes 50 años.

Transformar en su totalidad el paradigma de crecimiento económico puede ser la principal victoria de la COP-26. Sin embargo, este esfuerzo va a requerir un ejercicio de subsidiariedad por parte del G-20 y del resto del mundo desarrollado con los países en desarrollo.

La pregunta permanece: ¿cómo medir el éxito de la COP-26 en Glasgow? Primero, la existencia de un acuerdo firmado por la mayoría de los países, empezando por los grandes contaminantes. Segundo, la extensión del acuerdo, buscando contenga lineamientos claros sobre la transición a las cero emisiones, y, tercero, el grado de compromiso de la iniciativa privada, que cada vez con mayor frecuencia ha actualizado sus compromisos de cero emisiones. Es este último el más relevante de todos los puntos, ya que si los tomadores de decisiones políticas no son capaces de llegar a un acuerdo, puede ser la iniciativa privada de todo el mundo quien asuma el liderazgo climático.

La COP-26 va a trascender como un hito de la historia climática. La dirección dependerá de la habilidad y la generosidad de los involucrados. Es así como Glasgow representa solo el inicio de un largo camino de adaptación climática que, tarde o temprano, cada país tendrá que recorrer. La historia favorecerá a quienes lo caminen primero con inteligencia y decisión.

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