¿Cuál es la leyenda y el mito tras la legendaria ciudad de oro? Así es el infernal camino que lleva a El Dorado, la leyenda de la ciudad dorada.
En 1560 Pedro de Ursúa se aventuró a la Amazonia en busca del lugar con grandes tesoros mencionado en la leyenda. El traidor Lope de Aguirre relata la demencial expedición hacia El Dorado.
¿Cuál es la leyenda de El Dorado?
Llevo un demonio interior que no me deja detenerme; que me arrastra a la más grande miseria o a la más grande gloria. Desde hace meses ese satán me conduce a El Dorado, donde los indios lanzan enormes cantidades de oro a las profundidades como ofrenda a sus dioses.
El rey de esa tierra acostumbra cubrirse el cuerpo con un aceite sobre el que sus súbditos espolvorean oro, de modo que parece hecho de ese valioso metal.
Empiezo este relato, que dicto al más fiel de mis soldados, Pedrarías, poco después de que mis hombres y yo nos rebeláramos contra Pedro de Ursúa, quien comandaba la expedición y al que dimos muerte a sablazos la noche del 1 de enero de 1561.
En aquellos días todos los amotinados firmamos una declaración en la que acusábamos a Ursúa de mal gobierno y desgana en la empresa, aunque en ella nada se decía de la sublevación ni mucho menos de su muerte.
Yo rubriqué el documento con grandes letras: “Lope de Aguirre, traidor”.
A la conquista de El Dorado con traiciones
Aquellos que firmaron detrás de mí se sobresaltaron. Les dije que no se engañaran.
“TODOS HEMOS MATADO A URSÚA, EL PUSILÁNIME CAPITÁN DEL VIRREY. NADIE PUEDE PRETENDER QUE FIRMANDO ESTA DECLARACIÓN NOS VAMOS A LIBRAR DE CULPA. INCLUSO LOS QUE NO SABÍAN NADA DE LA TRAICIÓN, SON TRAIDORES DE NO ENTERARSE.”
A partir de entonces el joven sevillano Hernando de Guzmán, pariente de reyes y de la sangre de los Medina Sidonia, fue elegido por los hombres como su nuevo capitán y gobernador.
La expedición comenzó a organizarse hace meses, en 1559, en la localidad de Santa Cruz, donde el virrey del Perú, marqués de Cañete, le encargó a Ursúa que preparara hombres y avituallamiento para explorar el río Amazonas, también llamado río Marañón, y localizar la Ciudad de Oro.
En aquel entonces Ursúa, que estaba en plena mocedad, se pasaba horas y horas en su choza junto a Inés de Atienza, una joven cholita que le nubló el buen juicio.
Estaba tan enamorado que, a pesar de sus responsabilidades de jefe, descuidaba su trabajo y dejaba de enviar el parte diario al virrey.
Hizo mal Ursúa en traerla, pues no habíamos emprendido el viaje para filtrear entre las sábanas, sino para fundar pueblos y recolectar riquezas.
Bajo el tórrido calor habitual en la zona, el 5 de septiembre de 1560 partimos hacia los territorios donde creíamos se encontraba El Dorado.
Primera expedición a El Dorado
El grupo de la expedición se componía de 230 hombres de guerra españoles, unos cien auxiliares entre mestizos y negros, y otros 300 indios mansos (bautizados y que hablaban español).
En los barcos también iban varias mujeres indias o mestizas, cinco mujeres españolas, mi hija Elvira, que es todavía una niña, y la cholita Inés de Atienza, que su amante Ursúa mantenía resguardada en el camarote del bergantín de mando, fuera de las miradas lascivas de la soldadesca.
En sus inicios la flota la formaban dos bergantines con doble cubierta, cuatro chatas grandes y 20 balsas más largas que anchas, con cobertizo en un extremo. Sólo fueron embarcados 30 caballos.
Tras semanas de dura navegación por el río, comprendí que Esteban parecía muy confuso. Había acompañado a Francisco de Orellana en su expedición por el Amazonas y decía saber qué camino tomar para alcanzar la Ciudad de Oro; sin embargo, no creo que pueda guiarnos.
No recuerda los recodos del río y parece bastante perdido. Habían transcurrido tres meses de exploración por el Amazonas cuando dimos muerte a Ursúa.
Ya libre de ataduras, decidí dar fin a la farsa y desembarazarme del ostentoso Hernando de Guzmán, quien se empeñaba en buscar tesoros que nunca encontraremos en estas selvas.
Sé que Guzmán y sus hombres desconfían de mí. Yo también desconfío de ellos. Esta animosidad está provocando una creciente tensión que, antes o después, desembocará en una lucha sangrienta en la que acabaré con el sevillano y sus hombres.
Una vez que me haya deshecho de Guzmán, encaminaré la expedición hacia Perú, extensos territorios ricos en oro y plata que arrebataré al rey Felipe II, cuyo injusto gobierno marca los destinos del imperio.
¿Qué tiene un monarca para sentarse en el trono? Un trasero. Pues bien, yo, Lope de Aguirre, tengo el mío como cada cual.
El infierno del Amazonas
Cuando llega la noche, los sonidos dan vida a la selva. Los cantos de los pájaros nocturnos, el chasquido de los troncos que caen con estrépito, carcomidos por las termitas, y los silbidos de millares de sapos, lo envuelven todo.
Antes de comérnoslos, cuando apenas teníamos algo que llevarnos a la boca, los perros que nos acompañaban respondían con gruñidos a los sonidos diáfanos y agudos que llegaban de la selva.
Desde que partimos de Santa Cruz el intenso calor y los mosquitos han sido nuestros fieles compañeros de viaje. En este infierno húmedo y lascivo mi hija es lo único que tengo en la vida. Pedrarías, que me mira y luego escribe lo que digo, sabe que le tengo aprecio.
Este río de gran caudal, tan ancho que a veces no se ve la orilla opuesta, está plagado de cocodrilos y tortugas. Las serpientes también abundan y son tan grandes como para comerse a una persona.
He visto a una que se tragó un buey; tras triturarle los huesos, le quedaron fuera los cuernos.Algunos soldados dijeron que era una culebra cornuda. Tardó tres días en romperlos y echarlos fuera.
Pero si mosquitos y serpientes son molestos, no lo son menos los indios con los que nos encontramos. Para defenderse de nosotros usan flechas envenenadas con curare, un veneno que mata poco a poco. Algunos de ellos andan ansiosos por comerse a un blanco creyendo que así nuestras cualidades les serán transferidas.
Lo único que llevan sobre la piel es algún collar de dientes de mono, y los más viejos, los que han luchado y sobrevivido a mil peleas, se adornan con algunas cabezas humanas reducidas al tamaño de un puño, que llevan colgadas de la cintura por los cabellos.
Traiciones en el camino hacia El Dorado
Todos sabemos que uno de mis oficiales, apellidado La Bandera, ha logrado ganarse la voluntad de la cholita Inés, que durante días lloró con desesperación la muerte de su amado Ursúa.
En el campamento hay otros que también me miran de reojo. Entre ellos, García de Arce y Zalduendo. Al primero lo condené al garrote ayer mismo, sentencia que fue ejecutada por dos de mis negros más recios. Desde ahora ya tienen otro oficio: el de verdugo.
Al enterarse de la muerte de García de Arce, Hernando de Guzmán me ha llenado de improperios y me ha dicho que una vida humana es siempre respetable.
Este joven de aires aristocráticos carece del carácter imprescindible para dirigir a hombres y de la intuición necesaria para distinguir el germen de futuras rebeliones.
Le he ofrecido mi dimisión y el mando ha pasado a La Bandera, que todavía no cree la suerte que tiene. Pero se equivoca: desde el segundo plano al que he sido relegado, estoy a la espera de encontrar el mejor momento para dar la estocada definitiva.
Fracaso de la expedición hacia El Dorado
En esas estamos cuando hoy se ha dividido la expedición en dos grupos. Uno, el que pide mi cabeza, quiere seguir hacia El Dorado. Otro, el que yo capitaneo, desea regresar a Perú.
El día es especialmente caluroso. Y ya se sabe, el bochorno hace enloquecer a la gente. A este ambiente sofocante, que nos vuelve irritables y violentos, algunos lo llaman el “paroxismo ecuatorial”. Otros lo denominan la “tarumba del equinoccio”.
Pues bien, hoy a media mañana la “tarumba” ha desatado todos los infiernos. Armado hasta los dientes y en compañía de mis hombres de confianza me dirijo hacia Zalduendo, y antes de que él pueda echar mano a la espada, la emprendo a sablazos hasta que logro darle muerte.
Otro de mis hombres toma a Inés de Atienza por los cabellos y le clava una daga en el cuello varias veces. Su cuerpo queda inerte en el suelo sobre una enorme mancha de sangre. Sin la joven cholita, ya no queda nada que nos recuerde a Ursúa.
Días después mis leales acabaron con Hernando de Guzmán, La Bandera y sus secuaces. Lo que hemos hecho nos beneficia a todos. Si siguieran vivos, ellos terminarían matándonos a nosotros.
El 16 de mayo salimos de esa maloliente aldea de indios, a la que decidimos bautizar con el nombre de Matanzas, por las que ahí se habían cometido.
Sé que muchos de mis hombres, incluso los más fieles, me llaman Aguirre ‘El Loco’. Pues bien, deberían saber que este loco los va a conducir a Perú, donde obtendrán la gloria, la libertad y la fortuna que el destino reserva a los más osados.
Rebelión contra Felipe II
Tras llegar a la desembocadura del Amazonas y navegar durante días por mar abierto, el 20 de julio de 1561 llegamos a la isla de Margarita, donde ordené arrestar al gobernador y a otros personajes importantes.
Uno de mis capitanes me preguntó qué íbamos a hacer con las autoridades y soldados reales que no se unieran a nosotros. Le respondí con claridad:
“HAY QUE DESTRUIR A LA MAYORÍA DE LOS CABALLEROS Y GENTE DE NOBLE SANGRE, PORQUE SON PARÁSITOS INCAPACES DE DEFENDERSE POR SÍ MISMOS.
NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS HIDALGOS, PERO VIVIMOS DE NUESTRA DESTREZA CON LAS ARMAS. SÓLO PERDONAREMOS A LOS SOLDADOS QUE SE PASEN A NUESTRAS FILAS”.
También le dije que deberíamos colgar de las ventanas de las mancebías a todas las mujeres que, como Inés, la cholita, nublan el juicio de los soldados.
Hoy, 7 de agosto de 1561, le dicto a Pedrarías una carta dirigida a Felipe II. En ella le digo al monarca que no ha sido rey y señor para mí y mis compañeros, y le advierto que le voy a hacer la guerra más sangrienta que nuestras fuerzas puedan sustentar.
Si yo y mis hombres nos hemos determinado a luchar contra la Corona es para exigir justicia y vengar el descuido real a la hora de velar por el interés de su pueblo.
Si nos enfrentamos al monarca es también por su defensa de esos virreyes que hacen fortuna en América a costa del sufrimiento de los demás, y por su apoyo a los curas y frailes sin escrúpulos que se aposentan en las mejores casas de Lima.
Es el tiempo revuelto en que algunos hombres se elevan de la nada a la cumbre. Son los tiempos de Cortés, Almagro, Pizarro y De Soto. También es mi tiempo.
En estas cosas cavilaba cuando me dijeron que varias partidas de soldados reales se dirigían a Barquisimeto (Venezuela) para atraparme.
Decidí tomar la localidad antes que ellos. Me indignó encontrarla desierta, sin comida ni armas para reforzar a mis hombres.
Ordené incendiar las casas, salvo la más recia y alta, desde la que dispusimos todo para defendernos del ataque real. Las noches en este lugar son extrañas. Aunque no haya tormenta ni truenos ni rayos ni lluvia, hay relámpagos que iluminan intermitentemente los alrededores.
Otro punto de vista sobre la historia de El Dorado
Ahora yo, Pedrarías, retomo el final de este relato. En un descuido, logré huir de Barquisimeto, para escapar del campamento y de los pocos hombres que le quedaban a Aguirre.
Me uní a las fuerzas reales que capitaneaba García de Paredes y entré con ellas en la localidad cuando el traidor ya había muerto. Encontré estas notas junto a su cuerpo sin vida.
Ahora paso a narrar los últimos días de Aguirre ‘El Loco’, que, aunque a mí me perdonó la vida, era el buscavidas más amargado, cruel y engreído que se recuerda en estos lares.
Los crímenes de Aguirre ‘El Loco’ en su búsqueda de El Dorado
Cuando Aguirre me dictaba sus ocurrencias, no contó todas las atrocidades que cometió con los indios, con sus propios hombres y con los habitantes de la isla de Margarita y de otras localidades cercanas, a muchos de los cuales masacró.
Tampoco mencionó que hizo asesinar a uno de sus hombres más leales, Joanes de Iturriaga, al que por ser vasco como él honró con un ceremonioso y enloquecido enterramiento.
Los soldados desfilaron con las armas en señal de duelo (con las bocas hacia abajo) y al toque de tambores destemplados. Pero por nada, porque Iturriaga nunca se rebeló contra él.
El 15 de agosto, bajo el tórrido calor imperante en Margarita, ‘El Loco’ obligó a toda la población a acudir a la misa cantada.
Semanas antes había ordenado asesinar a las cinco autoridades del lugar.
Tras la celebración religiosa, Aguirre se puso de espaldas al altar y señaló:
“SOLDADOS, LES HAGO ENTREGA FORMAL DE ESTAS BANDERAS, CON LAS CUALES Y CON LOS HOMBRES QUE MILITARÁN BAJO ELLAS VAN A DEFENDER SUS VIDAS Y LA MÍA SALIENDO AL CAMPO DE BATALLA CONTRA TODA CLASE DE ENEMIGOS, HIRIENDO Y MATANDO A AQUELLOS QUE NO ACEPTEN NUESTRA SOBERANÍA”.
Entonces, los oficiales recibieron sus banderas, fueron ungidos con incienso y se plantaron firmes ante el desfile de la tropa. Con ese ejército andrajoso Aguirre pretendía tomar por la fuerza los territorios del Perú.
Los horrores cometido en la expedicón hacia El Dorado
Los horrores de ‘El Loco’ Aquel hombre enjuto, cojo y violento tampoco contó lo que sucedió ese triste día en que llamó a un sacerdote dominico para que lo absolviera de sus pecados.
El religioso le dijo que su obligación era arrepentirse y acudir a buscar perdón a los pies de su majestad. A lo que respondió Aguirre: “¿Ha perdonado el Señor al rey Felipe por los muchos crímenes que ha cometido?”.
A continuación advirtió al sacerdote: “Si yo lo mato a usted y después me arrepiento, ¿me perdonará Dios?”.
Lívido por lo que imaginaba, el dominico escuchó cómo Aguirre ordenaba a sus hombres que lo mataran de manera ‘amable’.
El cura se extendió en el suelo boca abajo, comenzó a rezar salmos del miserere y pidió que le dieran la peor muerte.
El verdugo le puso los cordeles del garrote vil (un collar de hierro asido a un tornillo con una bola en el extremo) por debajo de la lengua y apretó hasta romperle la mandíbula y cortarle las mejillas. Pero el dominico seguía vivo.
Otro de los verdugos lo remató para acabar con su agonía. Cuando ‘El Loco’ supo del suplicio alzó los hombros y afirmó que aquel sacrificio carecía de méritos, porque cuando se tiene tanta fe sólo se trata de un buen negocio:
“UN MOMENTO DE DOLOR A CAMBIO DE LA VIDA ETERNA”.
La muerte de Aguirre ‘El Loco’
Cuando llegamos a Barquisimeto, escapé del campamento rebelde para unirme a las fuerzas reales que ya asediaban al traidor.
La noche previa a su muerte, Aguirre ordenó incendiar las casas y la iglesia de la localidad. Sólo quedó una en pie, en la que ‘El Loco’ pretendía defenderse del ataque final.
Esa misma noche, y a pesar de las precauciones que había tomado, dos de sus centinelas, llamados Juan Rangel y Francisco Guerrero, se pasaron a las filas reales.
Cuando tuvo noticias de otras deserciones, el traidor debió comprender que había llegado su fin.
Según me refirió uno de sus incondicionales, Aguirre entró en la habitación donde dormía su hija Elvira, sacó la daga y la mató a cuchilladas. Al salir de la casa, dos de sus hombres lo acabaron a arcabuzazos.
Aquel drama tuvo lugar el 27 de octubre de 1561. Poco después, los hombres se rindieron a las tropas de García de Paredes.
Quedé horrorizado cuando vi el cuerpo ensangrentado de la niña, que todavía no había cumplido los 15 años. Metros más allá se encontraba el cadáver de su padre.
Después llegaron más soldados reales a las órdenes del gobernador, quien ordenó que descuartizaran el cuerpo de Aguirre y dispersaran sus trozos en los caminos como advertencia a futuros traidores.
Su cabeza fue transportada a la localidad de Tocuyo (Venezuela), donde se exhibió en una jaula hasta que se convirtió en calavera. En ese pueblo se muestra aún la reliquia de Aguirre, junto a sus pendones y la saya de raso que vestía su hija al morir.
¿Por qué querían conquitar El Dorado?
Los albores del siglo XVI se caracterizaron por la frenética actividad de los españoles en América debido a las crecientes riquezas que encontraban en los nuevos territorios.
Los primeros conquistadores habían hallado oro en los ríos de La Española, después en México y finalmente en Perú.
Así, pronto surgieron leyendas sobre El Dorado, una región que se suponía albergaba enormes reservas de oro y que a lo largo del siglo XVI fue buscada por exploradores españoles e ingleses en zonas perdidas de América del Sur.
La leyenda afirmaba que había ahí una ciudad con calles pavimentadas de oro y en la que este metal era tan común que se despreciaba. Muchos de los que intentaron descubrirla murieron, pues tuvieron que avanzar a través de selvas insalubres.
Otras expediciones a la mítica Ciudad de Oro
La expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre, por tanto, no fue la única que partió en busca de El Dorado; con anterioridad otros conquistadores trataron de localizar aquel mítico lugar.
Entre ellos destaca la figura de Sebastián Belalcázar, quien se dirigió hacia el sur de Colombia en 1535 sin encontrar ni rastro de la Ciudad de Oro.
Poco después lo intentó Gonzalo Jiménez de Quesada, con el mismo resultado.
La expedición más famosa fue la que encabezó Francisco de Orellana en 1540, que tampoco localizó El Dorado pero descubrió el río Amazonas.
Fray Gaspar de Carvajal narró la odisea de Orellana en su obra Relación del nuevo descubrimiento del famoso río Grande.