El agua subterránea limpia es cada vez más indispensable para garantizar el suministro de agua dulce en muchas regiones del planeta. En la medida en que se ha ido agotando las posibilidad de explotar los recursos hídricos superficiales -por ejemplo la catastrófica desecación del mar de Aral, en la antigua Unión Soviética o la tragedia de ciernes en el Lago Turkana, en Kenia- la extracción de agua del subsuelo se ha intensificado bruscamente en muchas partes del mundo, afectando de diversas maneras a los reservorios de agua dulce subterráneos. De hecho, se tiene la casi total certeza de que esto continuará siendo así en el futuro, en parte debido a la sobreexplotación de pozos y manantiales, en parte a la ausencia de regulación o a la falta de adopción de medidas que a corto, medio y largo plazo puedan incrementar la recarga de los acuíferos existentes. Ahora sabemos también que los acuíferos subterráneos son cada vez más vulnerables a la contaminación.
Las aguas superficiales y las subterráneas están muy relacionadas. Es tan frecuente que el agua subterránea aflore en fuentes y manantiales para seguir su cauce en superficie, como que en otros casos el agua superficial se infiltre continuando su recorrido bajo tierra o estableciéndose como parte de un acuífero. Pero pese a que cada vez son más frecuentes los estudios para evaluar tanto cualitativa como cuantitativamente las aguas subterráneas de forma local, «a día de hoy y a gran escala aún conocemos muy poco sobre cómo la calidad del agua puede verse afectada por el rápido flujo de contaminantes de vida corta hacia el agua subterránea, por ejemplo a través de zonas localizadas del terreno como grietas y fisuras», explica Andreas Hartman refiriéndose a un proceso conocido recarga focalizada, en el que el agua pasa directamente a formar parte de un acuífero sin pasar por un proceso de filtrado a través del suelo.
Hartman es catedrático Modelización Hidrológica y Recursos Hídricos en la Universidad Albert-Ludwigs de Friburgo, y junto a sus colegas acaba de publicar un articulo en la revista PNAS titulado Risk of groundwater contamination widely underestimated because of fast flow into aquifers que alerta de que la contaminación de las reservas de agua dulce subterránea podría ser mucho más acusada de lo que se pensaba. Para llegar a sus conclusiones, el científico y su equipo emplearon un modelo a escala continental que se proponía evaluar el riesgo de contaminación en diversas regiones de rocas carbonatadas de Europa, África del Norte y Oriente Medio.
Se sabe que el flujo rápido de agua por recarga focalizada transmite contaminantes a los acuíferos carbonatados, lo que pone en peligro la calidad del agua subterránea de la que depende una cuarta parte de la población mundial
Los autores compararon los tiempos de viaje del agua desde la superficie de la tierra hasta el subsuelo con los tiempos de degradación de varios contaminantes entre los que se incluyeron el medicamento veterinario salinomicina, el pesticida glifosato y el patógeno bacteriano Escherichia coli. Así encontraron que hasta el 50% de los contaminantes estudiados llegaron al agua subterránea antes de degradarse a través del proceso de recarga focalizada, lo que contrasta con el menos del 1% hallado en procesos de recarga por infiltración, en el argot técnico, por recarga difusa.
Los datos suponen una llamada de atención respecto a la salud de las aguas subterráneas en todo el planeta y han hecho al equipo de Hartman replantearse la magnitud de la presión a la que se podría estar sometiendo a diferentes acuíferos en distintas partes del mundo. De hecho, simulaciones adicionales estimaron que el nivel de glifosato en el agua subterránea podría ser hasta unas 19 veces superior a la concentración máxima permitida en Europa. Según los autores, el poco estudiado pero rápido tránsito de contaminantes al agua subterránea plantea uno los mayores desafíos respecto a la gestión del uso del agua y la tierra a nivel global.