Por una vez podría ser que la realidad superara a la ficción publicitaria
Desde el cuerno de rinoceronte y los huesos de tigre para tratar la fiebre, migrañas e incluso el cáncer; pasando por las escamas del pangolín para el asma, el reumatismo o la artritis; hasta inyecciones con polvo de bilis de oso malayo, para tratar el coronavirus, entre muchas otras… Nos guste o no, la medicina tradicional china, originada hace más de 2.000 años, está en auge y mueve cerca de 52 500 millones de euros anuales. Aunque se hayan demostrado algunas de sus propiedades curativas, a su vez, ha llevado a múltiples especies al borde de la extinción.
Como olvidar esa época, a principios de 2010, en la que un curioso producto de medicina tradicional ‘a la española’ inundó nuestros canales de teletienda. Recuerdo las caras de admiración y disgusto de mis hermanas al ver como actrices sonrientes se embadurnaban el rostro con la aparentemente milagrosa crema de… extracto de baba de caracol. La voz en off del anuncio aseguraba que el producto regeneraba y rejuvenecía la piel “como ningún otro producto”, además de curar el acné y de eliminar arrugas y cicatrices.
Ese mismo año, mientras múltiples clientes aseguraban resultados excelentes, algunos dermatólogos de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) afirmaban que los beneficios a los que se comprometía la publicidad eran exagerados. «Tales beneficios no pueden producirse solo con la administración de una crema», señalaba Elia Roo, coordinadora de la Unidad de Estética del Hospital Sur de Alcorcón para un reportaje de El Mundo. «No hay que olvidar que se trata de un producto cosmético, no terapéutico, es decir, solo actúa en la capa superficial de la piel y sus efectos son limitados. Puede ser un buen producto hidratante y atenuar las arrugas precisamente por dicha propiedad, pero no las elimina. Tampoco consigue hacer desaparecer las estrías ni las cicatrices completamente; es imposible», añadía.
Once años más tarde, aún siguen publicándose estudios en los que se confirma científicamente la eficacia de dicha sustancia. Un ejemplo serían las investigadoras indonesias de la School of Health Sciences Kusuma Husada Surakarta, que el 2016 demostraron las propiedades curativas de la baba de caracol, gracias a su contenido antiinflamatorio y antimicrobiano. Otro ejemplo sería el publicado en la revista Biomedical Materials por científicos turcos de la Universidad de Dokuz Eylül, en que se reflejan sus propiedades regenerativas en tejidos in vitro como el hueso o el cartílago.
Pero la historia no acaba aquí. Recientemente, un grupo de investigadores de la Universidad de Boloña ha descubierto que la saliva de estos moluscos, combinada con determinados fármacos, puede ser muy útil para alargar en el tiempo las propiedades curativas de ciertos medicamentos. Además, en otro de sus estudios, han demostrado que al juntar derivados de la celulosa con baba de caracol, se puede crear un nuevo material ecológico y desechable para el envasado de alimentos, que además de resistente, tiene propiedades antibacterianas y actúa de barrera contra la luz ultravioleta.
Llegados a este punto, solo nos queda preguntarnos ¿superaba la realidad a la ficción en los anuncios de hace una década? ¿Cuántas más sorpresas nos aguardan en la saliva de estos corrientes moluscos?