En cada uno de los 100.000 huevecillos que colecta por temporada, Alonso Ramírez Galeana rescata una esperanza: que eclosionen, regresen al océano y de esa forma, se reduzca el peligro de extinción en que se encuentran las siete especies de tortugas marinas existentes en México.
Hace siete años, Ramírez Galeana colgó sus redes de pescador y se convirtió en protector de tortugas. Con su familia dirige el Campamento Tortuguero El Habillal Asociación Civil, en el puerto de Lázaro Cárdenas, estado de Michoacán, en la costa del Pacífico Mexicano.
La temporada pasada, que terminó entre mayo y junio, lograron rescatar 1200 nidos, de los cuales 102.471 crías eclosionaron y regresaron al océano. “Las tortugas nos han enseñado muchas cosas. A valorar la propia vida, la familia, la fauna silvestre. Ellas te mueven el corazón, te sensibiliza ver cuánto sufren al salir a desovar, el esfuerzo que hacen de arrastrarse desde la orilla al lugar donde van a hacer su nido”, dice en entrevista.
Protegen tres especies de tortugas
En el campamento El Habillal las familias de pescadores se dedican a proteger y conservar tres especies que, a pesar de ser las más avistadas en esa región del país, también se encuentran en peligro de extinción. Una de ellas es la golfina, cuyo caparazón llega a medir entre 67 y 78 centímetros y es considerada la especie de tortuga marina más abundante en el mundo.
También resguardan a la tortuga negra, llamada prieta, torita o mestiza por la coloración oscura de su caparazón así como el negro brillante de sus aletas y dorso; estas pueden llegar a medir hasta 91 centímetros y pesar 126 kilos. La tercera protegida es la tortuga laúd, a la que los pescadores conocen como “la reina”, por ser la más grande del mundo: puede alcanzar una longitud de tres metros y pesar 800 kilos.
Ayudan a sanear los océanos
Tal como explica Alonso, mediante su alimentación a base de algas, moluscos, crustáceos, cangrejos, sargazo e inclusive medusas (en el caso de las laúd), las tortugas cumplen una función vital para equilibrar y sanear los océanos e, inclusive, evitar la marea roja.
“Hay que tener un cuidado especial, se están acabando, ya que ellas juegan un papel muy importante y equilibran el ecosistema marino por eso nos damos a la tarea de protegerlas con la finalidad de que la población aumente”, señala.
Cada temporada, es posible avistar a las tortugas que salen nadando a la orilla del océano y luego reptan por la playa. Cuando encuentran un lugar en el que se sienten seguras, comienzan a desovar. Este proceso inicia cuando la tortuga prepara y cava su nido en la playa (un hoyo de 40 a 45 centímetros de profundidad con forma de cántaro), y luego deposita en él entre 80 y 150 huevos.
Una vez que termina, cubre el nido con arena y la compacta para esconderlo de los depredadores… y entonces, después de 45 minutos de un ritual tan natural como bello y doloroso, la tortuga marina emprende su regreso al océano.
Alonso y su familia acompañan a las tortugas en su proceso de anidación y desove, rescatan los nidos, y luego ayudan a las crías a volver. Su trabajo es fuente de satisfacciones y aprendizaje puesto que el campamento tiene la doble función de educar y concientizar a las personas que lo visitan sobre la importancia del cuidado del medio ambiente.
Cada vez son menos
La contraparte es la tristeza que le genera observar cómo, año con año, menos ejemplares de tortugas regresan a desovar a la playa; y como, cada vez con mayor frecuencia, los pescadores y activistas encuentran en las playas los cadáveres de tortugas golpeadas por las embarcaciones o deformadas, con dos cabezas o sin aletas, envenenadas por la contaminación. Todo lo que hace tiene el propósito de evitar su destrucción por los principales depredadores de esta especie en peligro de extinción: los seres humanos.
“El principal depredador es el ser humano porque llega a las playas a saquear los huevos de tortuga, es un cazador furtivo que termina matando a las tortugas para comercializar su carne en el mercado negro; existen otros factores: la pesca irresponsable, la contaminación del mar y la afectación a la fauna marina, la extracción de petróleo, los ejercicios de las plantas nucleares, el plástico y la basura”, detalla.
“Todo es causa del hombre”, afirma con tristeza. Aunque con el paso de los años la tarea parezca más difícil y cada vez les sea más complejo conseguir el financiamiento necesario para sostener el campamento, los pescadores no se rinden en su labor de rescate, educación y conciencia.
Para Alonso, el objetivo de salvar y proteger a la tortuga marina se acompaña del deseo de heredar un mundo mejor a sus hijos, y entregarle al planeta personas conscientes y activas en su deber de protegerlo y cuidar a sus animales. “Tenemos que generar conciencia individual y colectiva de cuidar a nuestro planeta”, dice. “Nuestro mar, el mar, es el que nos da vida y nos da para mucho”.
Fuente: www.ambientum.com