6 mil 500 ballenas y delfines han perdido la vida en favor de mantener la tradición isleña del ‘Grindadrap’: una cacería de cetáceos en Dinamarca.
La jornada empieza temprano. Un hombre se encarga de avistar a la familia de ballenas piloto, y sólo cuando encuentra a un grupo nutrido, avisa a los demás cazadores. Ellos le esperan en la orilla, hacia donde dirigen a los cetáceos para recibirlos con lanzas, cuchillos y rifles. En las Islas Feroe, ésta es una tradición de largo aliento: la matanza indiscriminada, injustificada y cruel de ejemplares se considera parte de la cultura local. Las víctimas pueden elevarse por encima de los cientos en cada ocasión.
Un mar de sangre
175 ballenas piloto fueron asesinadas en las orillas de las Islas Feroe en Dinamarca. No pasó mucho tiempo antes de que el mar quedara completamente enrojecido por la sangre de las víctimas. Los barcos actuaron rápido: dirigieron a las familias desde el mar hasta la arena, donde más de una docena de hombres les esperaban con armas de fuego y cuchillos. Con estos, les cortarían la cabeza hasta dejarlas morir desangradas.
A esta tradición se le conoce como ‘Grindadrap‘. A pesar de que ha sido severamente criticada por grupos ambientalistas en favor de los derechos animales, la cacería se lleva a cabo año con año en los meses de julio y agosto. Una vez muertas, los pobladores extraen su carne y grasa tanto para alimentarse, como para venderla en el mercado ilegal, ya que en diversos países estos productos están prohibidos.
Sin importar las resistencias de diversas organizaciones de la sociedad civil, los daneses de las Islas Feroe invitan a los medios de comunicación a documentar la carnicería. Como si fuera parte de un orgullo nacional, muestran las imágenes de las olas rojas y los cadáveres de las ballenas apilados en la orilla. En algunos casos, se requiere de tractores para limpiar la playa y retirar a las víctimas sin vida.
Una práctica insostenible
La pesca sigue siendo un elemento central para la subsistencia de los pobladores de estas islas. La carne de ballena obtenida después de la matanza, por tanto, se usa como alimento. Aunque existen grupos que respetan esta práctica como parte de las tradiciones locales, un número mayoritario de organismos se han pronunciado a favor de abolirlo por completo, como una práctica de barbarie insostenible.
Sea Shepherd, una de las organizaciones conservacionistas más grandes del mundo, señala que, en los últimos 10 años, 6 mil 500 ballenas y delfines han perdido la vida en favor de mantener esta práctica cultural. A bordo de 20 botes, el domingo pasado la tradición terminó con 175 ejemplares.
El gobierno danés se ha resistido a ceder a las presiones internacionales para erradicar la práctica. Aunque se han planteado alternativas para no matar a las ballenas piloto —y cualquier otro cetáceo que se cruce accidentalmente por ahí—, la tradición se impone en Dinamarca. Ni el turismo ecológico, ni las restricciones de confinamiento por COVID-19 parecen ser razones suficientes para perpetuar la violencia en el mar.