«El menor movimiento es de importancia para toda la naturaleza. El océano entero se ve afectado por una piedra».
Blaise Pascal
Por: La Coalición en Defensa de los Mares de México (CODEMAR)*
La vida en el planeta inició en el océano, y es este mismo océano el que hoy nos sostiene a nivel mundial. Sus beneficios pueden traducirse en las siguientes cifras: hasta un 80% de la vida en la Tierra se encuentra bajo la superficie marina; los mares contienen 96% del agua existente; producen la mitad del oxígeno de la atmósfera y, por si fuera poco, absorben anualmente cerca de 25% del CO2 que generamos los humanos.
Las bondades que nos ofrece el océano aún no acaban: 40% de la población mundial vive a menos de 60 kilómetros de alguna costa, 35 millones de personas dependen de la pesca y los mares son una fuente incomparable de alimento. Sigamos…
De acuerdo con World Wildlife Fund (WWF), el valor general de los mares es de 24 trillones de dólares. Si comparamos esta cifra con el PIB global, que según el Banco Mundial en 2016 fue de 75.5 trillones de dólares, nos damos cuenta de la inmensidad del dato.
En este contexto, parecería lógico que la conservación de los mares fuera una prioridad para todos los habitantes del planeta… Nada más alejado de la realidad; por desgracia, hoy más que nunca la superficie marina internacional está seriamente amenazada y en peligro constante, situación que por supuesto impacta de forma negativa a quienes viven del mar y a la enorme biodiversidad de especies que lo habitan.
Tres son los problemas que deben ser atendidos con urgencia (todos igual de importantes):
- Sobreexplotación pesquera
- Contaminación por residuos sólidos; en especial, plásticos
- Cambio climático
Analicemos el problema de manera global; empecemos dejando claro que cerca de 40% de la superficie total del océano (alrededor de 130 millones de kilómetros cuadrados) está fuera de la jurisdicción de alguna nación. Este territorio es llamado Altamar, y ahí ocurre un fenómeno conocido como “La Tragedia de los Comunes” — dilema descrito por Garrett Hardin en 1968—, en el que el libre acceso a los recursos genera incentivos individuales para sobreeexplotar esta superficie a fin de maximizar las ganancias de hoy, aún cuando ello vaya en contra de los intereses futuros de quienes viven del mar. En pocas palabras: “pescamos hoy, mañana quién sabe”.
Si volteamos a ver lo que ocurre en las aguas de México, encontraremos un reflejo claro de lo que sucede en un gran número de naciones, principalmente en vías de desarrollo. México posee un litoral de más de 11 000 kilometros y una superficie marina territorial y en Zona Económica Exclusiva (ZEE) que es 1.5 veces mayor que su territorio terrestre.
Nuestro país tiene contacto con el océano Pacífico, el Golfo de México y el Mar de Cortés (que se caracteriza por ser un mar interior); todos éstos ofrecen condiciones oceanográficas y fisiográficas extraordinarias que albergan una riqueza biológica con pocos paralelos en el mundo. En teoría, los mares y costas son propiedad pública con recursos o bienes públicos que deberían ser patrimonio de todos los mexicanos, actuales y de generaciones futuras.
Sin embargo, la industria pesquera nacional ha asumido —de manera arbitaria— el control y exterminio de toda la región marina. Así es: ¡de toda! Las leyes del mar están hechas para la pesca y por los pescadores industriales que se han aliado con las autoridades pesqueras para exterminar los Mares de México y su capital natural que ellos denominan producto y que debiera ser reconocido en la ley como vida silvestre. ¡Hoy se pesca más rápido de lo que toma al océano reponer los recursos!
Basta decir que hasta el 40% de la pesca en México es ilegal, 90% de las pesquerías están sobreexplotadas y algunas especies como el atún aleta azul y la vaquita marina están al borde de la extinción. Si cerramos aún más el cuadro, y nos enfocamos en el Golfo de California o Mar de Cortés nos daremos cuenta de que lo que alguna vez el oceanógrafo francés Jacques Cousteau denominara “El acuario del mundo” hoy está a punto de convertirse en un verdadero panteón marino… Todo debido a la acción desmedida de la industria pesquera.
Y, como ya dijimos, situaciones parecidas se repiten incansablemente en todo el planeta.
Ahora hablemos de la contaminación oceánica provocada por residuos sólidos. Por ejemplo, en el océano Pacífico existe una especie de “isla” formada exclusivamente por plásticos que equivale a dos veces el tamaño de Estados Unidos. Como es de imaginarse, se trata de desechos de la población terrestre, así como de barcos y plataformas petroleras.
La ONU estima que cada milla cuadrada de océano contiene, en promedio, 46 000 piezas flotantes de plástico.
Las cifras continúan y son escandalosas, alarmantes: cada año, ocho millones de toneladas de plástico llegan al mar y todo parece indicar que para el año 2050 habrá más cantidad de plásticos que peces. Siendo así, en el futuro habrá acuarios donde las principales atracciones sean bolsas, botellas o pañales. ¿Se imaginan?
Es cierto que la comunidad científica de todo el mundo está desarrollando ingeniosas soluciones. No obstante, sigue siendo un problema que no parece tener pronta solución, y que afecta directamente a todos los habitantes de los océanos que sin deberla ni temerla pagan las consecuencias.
Ya todos hemos visto las fotográficas de olas llenas de vasos de plástico, aves marinas muertas con taparroscas en sus estómagos y tortugas atrapadas en aros de cerveza o con popotes incrustados en la cara. ¿Qué vamos hacer? Tenemos que hacer algo.
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Finalmente, pero no menos importante, hablemos del cambio climático y su impacto demoledor en los mares del mundo.
Además del deshielo de fragmentos considerables de glaciares, este fenómeno natural —acelerado por las actividades humanas— ocasiona: la elevación de la temperatura media de los océanos, reducción del suministro de nutrientes, alteración en la composición química, afectación en las rutas migratorias de un sinfín de especies y mayor agresividad de eventos extremos como los ciclones y huracanes.
Aunque algunos de los líderes más importantes del mundo ignoren la existencia del cambio climático e incluso la nieguen, es una realidad y no podemos ser indolentes ante ésta.
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Por lo dicho hasta ahora, pareciera que todo en negativo y que no nos queda más que sentarnos a esperar una catástrofe y arrepentirnos por lo que pudimos haber hecho. Sin embargo, la buena noticia es que aún podemos detener el deterioro de nuestros mares, revertir sus efectos y ser partícipes de una verdadera Revolución Azul que pase a la historia como un movimiento internacional dedicado exclusivamente a la protección de los ecosistemas marinos.
De alguna manera, esta nueva ola ya empezó y está dando buenos resultados. Quienes formamos parte de la Coalición en Defensa de los Mares de México (CODEMAR) estamos convencidos de que la mejor estrategia para conservar a perpetuidad los océanos es acelerar la creación de Áreas Marinas Protegidas (AMP) en todo el mundo. Dichas zonas son “cinturones azules” que le dan a la vida marina un respiro para recuperarse y prosperar.
Los inicios de este nuevo movimiento se remontan al año 2010, durante la Conferencia de las Partes COP 10, realizada en Nagoya (Japón), en la que 168 países —incluído México— acordaron proteger 10% de las zonas costeras y marinas de sus naciones para el año 2020. También es resultado de la adopción de las Metas para el Desarrollo Sustentable de Naciones Unidas en 2015, entre las que destaca la Meta 14, orientada a la conservación y utilización sustentable de los recursos marinos.
Por su parte, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en el Congreso Mundial de la Naturaleza de 2016, adoptó una moción en la que se solicita la protección de, al menos, 30% de los océanos para 2030, a fin de evitar la extinción a gran escala de la vida marina.
Como vemos, la comunidad conservacionista internacional ya echó a andar la maquitaria; ahora nos toca asegurarnos de que siga andando y exigir y promover el decreto de más y más AMP libres de pesca, ya que hasta la fecha han provado ser instrumentos de conservación bien establecidos, basados en el conocimiento científico, y comúnmente utilizados para combatir las pérdidas de biodiversidad y estimular el crecimiento de poblaciones de especies marinas que han sufrido algún grado de sobreexplotación.
Asimismo, las reservas marinas brindan altos beneficios para especies migratorias que las utilizan como hábitats temporales, ya sea para reproducirse, para invernar, para alimentarse o bien para dar a luz a sus crías. También lo son para especies de importancia para la salud de los ecosistemas. Del mismo modo, hay indicadores de que las redes de reservas marinas junto con distintos instrumentos de manejo pesquero, pueden contribuir en forma importante a la recuperación y conservación de especies de alto valor comercial.
Las zonas marinas en donde no se permite la extracción de ningún tipo tienen el doble de especies de peces de gran tamaño, cinco veces más biomasa de peces grandes y 14 veces más biomasa de tiburones, en relación con aquellas en donde se permite la pesca.
Adicionalmente, las AMP son grandes polos de atracción para el turismo de conservación, una industria que ha mostrado un importante crecimiento en el tiempo, además de ser una fuente de empleo y captación de divisas. Tan sólo en México, cerca de 900 000 turistas interesados en realizar ecoturismo marino visitan la Península de Baja California cada año, provocando una derrama económica total cercana a los 500 millones de dólares.
Así vemos que, a todas luces, el turismo de conservación es un negocio mucho más prolífico que la pesca a gran escala. Por ejemplo, en isla Guadalupe, Baja California (México), un ejemplar de tiburón blanco genera 220 000 dólares por concepto de turismo (buceo), mientras que la venta de uno de ellos muerto es de apenas 300 dólares. En tanto, en el Parque Nacional Revillagigedo cada ejemplar de manta gigante genera 28 799 dólares anuales; en el lugar hay un estimado de 490 individuos, por lo que la derrama total es de 14 111 414 dólares al año.
Otro de las ventajas de los parques marinos altamente protegidos es que tienen el potencial de ofrecer beneficios de resiliencia ante el clima. Específicamente, ayudan a los océanos y a la sociedad a adaptarse a tres impactos clave: 1) Acidificación de los océanos; 2) Aumento en el nivel de los mares y 3) Menor productividad y disponibilidad de oxígeno.
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América Latina es un verdadero campeón mundial, protegiendo más de su océano en los últimos años que cualquier otra región. Destaca el caso de Chile, donde la expresidenta Bachelet firmó tres decretos supremos que crean áreas marinas altamente protegidas en Rapa Nui, el archipiélago de Juan Fernández y Cabo de Hornos, lo que significa que este país ahora ha protegido 1.3 millones de kilómetros cuadrados de océano (eso es casi el 43% de su zona económica exclusiva, la segunda proporción más alta en el mundo).
México también está avanzando. El mayor parque marino totalmente protegido de Norteamérica no se encuentra en aguas de Canadá o los Estados Unidos; es la nueva reserva de 149 000 kilómetros cuadrados de México en torno al Archipiélago de Revillagigedo que brindará refugio a mantarrayas gigantes, tiburones, corales y criaturas marinas que no se encuentran en ningún otro lugar en la tierra. Además, durante la presente administración, México ha declarado el 22% de su territorio marino, como áreas marinas protegidas. Afortunadamente, este impulso de proteger el océano parece ser contagioso. Actualmente, Brasil está considerando una propuesta para un mosaico de reservas que abarca cerca de 900 000 kilómetros cuadrados con un gran potencial para el avistamiento de ballenas y otro ecoturismo lucrativo. Cuando se trata de proteger el océano, Latinoamérica está pensando en grande, ya que sus países están realizando enormes esfuerzos para fusionar el crecimiento económico con un desarrollo oceánico sostenible.
La tarea pendiente no es fácil, y los retos a vencer son muchos. Sin embargo, también somos muchos los interesados en unirnos para hacer realidad una verdadera Revolución Azul, y por supuesto, la fotografía de naturaleza forma parte indispensable de estos esfuerzos.
Vamos por más y enhorabuena.
Nota: Este texto fue publicado originalmente en el libro Silent Kingdom: A world beneath the waves del fotógrafo de naturaleza y ambientalista Christian Vizl. Earth Aware Editions. San Rafael, California, Estados Unidos. 129-131 pp.